Vengo hoy a escribir para cerrar el ciclo de tres, tres ciudades, tres estaciones. He estado en Ningbo y si en un viaje de cuatro días pueden pasar más cosas, es un viaje de negocios.
El título de esta entrada es una conversación real. Fue en chino pero os traduzco. Sucedió de esta manera: – como te llamas? , David conteste. -Yo me llamo Vin, conoces al actor Vin Diesel? pues yo soy Vin Gasoline.
En ese momento me puse a llorar, casi. No entendía como alguien puede llegar a ese extremo. No entendía como los hijos de un una cultura milenaria pueden tirar el progreso y la evolución de su cultura por la borda.
Estos días en Ningbo, donde mi jornada laboral es de doce horas aunque solo actuó unos quince minutos en total, he tenido mucho mucho pero que mucho tiempo libre. He aprovechado de la mejor manera posible leyendo. La China de Mao de Taylor, un periodista estadounidense residente en Pekín en 1965 y sobretodo ¨Como los niños fracasan¨de Holt. Una crítica a la escuela, una crítica al sistema de enseñanza. No se puede enseñar lo mismo a todos al mismo tiempo. El sistema busca sumisos.
Los dos libros parecen no tener conexión. Sin embargo, como Mao con la Revolución Cultural y como el sistema educativo occidental crea siervos de sus diferentes sistemas no parecen estar alejados en la realidad.
Os cuento las aventuras de este viaje. Ha sido de trabajo aunque yo nunca lo tomo como una labor. Es una mera manera de ganar dinero para cubrir las necesidades que me inflige el sistema, pagar por comer, pagar por dormir, pagar por vivir cuando deberíamos estar acostumbrados y necesitados de saber que esas cosas no deberían costar dinero. No deberían costar una vida.
Llegué a Ningbo en tren. Mi compañera de asiento enchufada al móvil, a la pantalla. Con una bolsa de KFC con pollo frito y un cafe en un vaso de cartón y todo separado en bolsas de plástico. No movió un dedo cuando llego mi estación.
El evento era en un resort apartado de la ciudad, en una isla, península aunque lo llamen isla diría yo, que no estoy muy seguro si lo dicen quienes llegan en coche a una isla. No había nada alrededor, fuera del complejo. Solo aldeas que recorrer a pie y caminos vadeados de arboles. No había nada para ellos, porque para mi había todo un mundo por descubrir.
Alejado de la multitud, buscando la calle paralela del desarrollo turístico se encuentran las mujeres lavando a pila, charlando al sol o simplemente mirando al que pasa. Es el principio de la época calurosa, aún no hay muchos insectos y los árboles se llenan de hojas para ser fotografiadas.
Os cuento del trabajo, cuando acabe el ensayo el primer día intente llamar un taxi. Llovía. Llovía mucho. Vi la furgoneta que recoge a los operarios del hotel y a ellos que me lance. Pregunte para salir de allí y que me acercaran a la civilización para coger un taxi. Me metí en la furgoneta de doce asientos, íbamos quince y siete fumando.
Tenía mi billete de tren de vuelta comprado para el domingo pero el viernes a la mañana conocí a una persona que me ofreció volver con él en coche a Shanghai al terminar el evento el domingo. Me quitaba el salir volando, buscar un taxi, dos horas de tren y pegarme por un taxi a las doce de la noche en la estación de Shanghai. Los taxistas tienen la bonita costumbre de tener apagado el taximetro y se prestan a la venerable labor de negociar un precio con el cliente.
Perfecto. Salvado. Mi nuevo amigo después de cenar juntos, charlar sobre su Hefei natal y sobre España, me llevo el sábado a la estación de tren a devolver el ticket, me devolvieron el dinero con la penalidad del 9% de interés, pero sorpresa, cuando ya tenía el importe me dijo, – no, no, espera. Vienen mi mujer, mi cuñada y tres niños, mañana volvemos todos juntos a Shanghai en coche.
El sábado cenamos todos juntos en un puesto callejero. Me encantan esos lugares donde la papelera me saluda sorprendida de ser usada. El hotel y su vida nocturna, los gritos mañaneros del pasillo, la recepcionista practicando inglés y el desayuno chino a base de soja y lu tiao, lo más parecido a una porra madrileña que he visto jamás.
El domingo llegue a casa a la una de la madrugada, me dejó en la esquina y este viernes cenare con mi novia y su familia. Le vendí una camiseta milana::
Del evento poco que contar, una marca de coches invita a 20 personas, le da un cafe con un pastelico y les dice que esa marca es cojonuda por lo que yo entendí. Mis compañeros no me miran, no levantan la cabeza y yo al verlos me pregunto, la especie humana que durante miles de años ha conseguido un ser erecto, volvera a corvarse en la era de la manzana mordida?
Entre paseo matutino de sábado y domingo por la aldea que linda con el increíblemente grande y vació hotel donde se celebraba el evento leí las impresiones de un periodista en 1964 en Pekín y las teorías de Holt. Seres humanos actúan como maquinas.
¨ destruimos la mayor parte de la capacidad intelectual y creativa de los niños por las cosas que les hacemos y obligamos a hacer. Sobre todo destruimos esta capacidad al hacerlos miedosos, temerosos de no hacer lo que otras personas desean, de no agradar, de cometer errores o de estar equivocados. Les infundimos miedo para arriesgarse, miedo para experimentar, para probar las cosas difíciles, miedo a lo desconocido. En lugar de aminorar sus temores los acrecentamos, a menudo de forma monstruosa. Encontramos ideal la clase de ‘buenos’ niños que nos tienen el suficiente miedo para hacer lo que queremos, sin hacernos sentir que lo hacen debido al miedo que les imponemos. Los animamos a sentir que el principal objeto de todo lo que hagan en la escuela es nada más conseguir una buena clasificación en un examen, o impresionar a alguien con lo que ellos aparentan saber. No solamente matamos su curiosidad sino el sentimiento de que es una cosa buena y admirable el ser curioso, para que así, a la edad de diez años, la mayoría de ellos no hagan preguntas y muestren desdén hacia los pocos que así lo hacen¨ Holt , 1964.