Europa lo padeció, la cuenca del Rurh o el Londres de los 60. La diferencia, es el nivel de población. En ambos casos al igual que en China o en Shanghai donde centramos el problema hoy, el desarrollo de la industria pesada basada en el carbón hicieron de a contaminación el campo de batalla.
La diferencia como he comentado es básicamente que en la zona industrial alemana viven cinco millones de personas mientras en Shanghai lo hacen 25 millones.
La medición de la polución es muy subjetiva. En Madrid se apagaron directamente las bases que más polución retransmitían o en menor caso fueron reubicadas en otras zonas de la ciudad.
En China, donde todo va a través del móvil, existe una aplicación para medir los niveles de la contaminación. Hay dos estándares base. Los que toma por un lado el gobierno estatal y por otro lado la embajada americana.
Ambas líneas han permanecido paralelas durante años. El encargado de manejar la maquinita china a cargo de los gobiernos municipales no puede continuar con la mentira. Ahora, ambas líneas se mueven en baremo de Nivel Enfermo. Así es como el traductor automático del ordenador traduce Unhealthy.
Es algo que toca la vida personal. Grupos de ciclismo que cancelan actividades. Personas que quedan para ir a correr juntas cancelan las citas. Empresas que venden purificadores de aire afilan las garras.
Al igual que las autoridades chinas ya no se puede esconder. Es imposible decir que es niebla porque es mierda. La pregunta que se plantea es será capaz de China y sus grandes ciudades de devolver la calidad del aire a sus habitantes.
Parece una quimera la respuesta en cuanto al nivel que se pretende alcanzar en China en cuanto a desarrollo. En Europa eran muchos menos los habitantes que lo demandaban. Además hubo un momento donde fue posible mandar lejos esas fábricas, a lugares donde los gobernantes hacían caso omiso o donde la mano de obra es tan barata, que incluso en caso de muerte del obrero es cuasi gratis reemplazarlo.
En Londres, el río Támesis tiene peces y pescadores en la actualidad. En Alemania la vegetación ha vuelto a renacer e inclusos las minas albergan museos en vez de camiones y chimeneas.
Y en China? cuando aún quedan unos 300 millones de personas que albergan la esperanza de llegar al status de clase media, cuando ya no hay agua potable y los ríos albergan bolsas de plástico en lugar de peces. Para cuando un colapso.
En la última cumbre en París el Gobierno chino lo dejo claro. ¨No pararemos, antes fue su turno y ahora es el nuestro. Todos tenemos derecho a desarrollarnos¨.
Ahora hay una nueva en Marrakech. Después habrá otra y otra y luego otra.
No vamos a entrar a discutir como se plantean esas cumbres y los acuerdos en papel mojado que en ellas se alcanza. Tan solo basta echar un vistazo a las empresas que esponsorizan tal evento para que mirando por la ventana no sea posible evitar derramar lágrimas (foto portada).
Hebei, la provincia que rodea la municipalidad de Pekín alberga seis de las diez ciudades mas contaminadas en China. Shijiazhuang es la capital.
Pekín esta fuera de esa lista.
En el sur del país la peor parte es para Shenzhen. En la provincia de Guangzhou. Llamada la cocina del mundo. Allí es donde se producen el 60% de las mercancías que europeos y estadounidenses consumirán en Navidad.
La solución. No esta en el Gobierno. La solución esta en nosotros mismos.
El colapso suscita reacciones varias. Una de ellas se asienta, sin más, en la ignorancia, visiblemente inducida por el negacionismo que proponen las grandes empresas con respecto al cambio climático o al agotamiento del petróleo. Una segunda reacción bebe de un optimismo sin freno, traducido en una fe ciega en que aquello que deseamos se hará realidad, en la intuición de que los cambios serán lentos, predecibles y manejables, en la certeza de que todavía tenemos tiempo o, en fin, en la confianza en los gobernantes. Una tercera posición es la de quienes estiman que inexorablemente aparecerán tecnologías que permitirán resolver todos los problemas. No faltan, en un cuarto estadio, quienes prefieren acogerse al carpe diem y, al efecto, consideran que sólo debe preocuparnos lo más inmediato y lo que está más cerca. Hay quien se acoge, en suma, al concepto de culpa y aduce, bien que no tiene obligación alguna de resolver los problemas que crearon otros, bien que la especie humana se ha hecho merecedora, por su conducta, de un castigo severísimo.
En este mismo orden de cosas, Elisabeth Kubler-Ross ha identificado cinco etapas en el procesamiento del colapso: la negación, la angustia, la adaptación, la depresión y la aceptación. Por detrás de muchas de las reacciones mencionadas se aprecia, de cualquier modo, el designio, en buena parte de la población del Norte opulento, de no renunciar a su modo de vida presente, y de preservar los niveles actuales de consumo y de status social. Y se aprecia también una firme negativa a pensar en las generaciones venideras y en las demás especies que nos acompañan en la Tierra.
Carlos Taibo