Rodando por Puerta Toledo la encontré en un escaparate. Me gustó. Al día siguiente volví dispuesto a llegar a un trato y lo alcancé. Llegué con la bicicleta naranja que años atrás había comprado en Pekín y salí con ella a disfrutar Madrid.
El chico de la tienda sabía que ganaba en el trato y accedió a cambiar los cables de freno, un nuevo eje de pedalier, colocar rastrales y ajustar el cambio. Me quede con el sillín viejo, un Selle Italia de finales de los noventa que llevaba en la anterior montura.
Es una Peugeot de finales de los ochenta, una clásica, pintada por su anterior dueño en blanco con detalles en fucsia y bautizada con el nombre de su hija. Daniela.
Como bicicleta urbana es cómoda. No muy cara para evitar que los ladrones se encaprichen y sobretodo es única. No hay más.
En mi próxima visita a Madrid la restaurare. Repintare y lijare la tija. Cambiare las ruedas a una cromadas que ahora son negras y poco más. Me gusta así.