Un destino como consecuencia de otro fallido es un plato que se ha pedido en un restaurante, el camarero vuelve y te ves obligado a pedir otro. Si, también te gusta, pero no es la primera elección. Entonces lo comes pero no lo disfrutas.
33 días ( 26 días de bicicleta, 6 días de barco y uno de descanso)
2220 kilómetros
etapa más larga: Omaezaki – Nagoya 147 kms
gastos sin barco, 1400 RMB (186 euros)
No acabo yo de cogerle el regustillo a este país. Lo visite en 2008. Recorrí el sur, desde Kobe hacia la isla de Matsuyama, Hiroshima,… pero fue tras el gran viaje Madrid Pekín y por aquel entonces pensaba más en aclarar el futuro que en recorrer el país nipón. Siempre me quedo la espina clavada de volver a recorrer sus vías. Ahora en 2016, he ido de rebote, era otro el destino y así a bote pronto, como quien quiere y no sabe, como quien puede y no quiere me he visto de nuevo en Japón. He estado 33 días.
Quizás ha sido demasiado tiempo, ocho años, en los que yo sin darme cuenta he cambiado, pero ni en 2008 ni en 2016 ha sido un destino que haya cubierto mis expectativas a la hora de viajar.
En Japón no hay aventura. Quizás lo más arriesgado sea decidir si parar en una u otra tienda. Nunca hay problema de abastecimiento. En 2016 pongo punto y final a este tipo de destino hiperdesarrollado.
Por otro lado, hacía tiempo que no rodaba con un compañero. Lo bueno y lo malo que conlleva rodar con alguien. En primer lugar he echado de menos el contacto con las personas locales. Al rodar en dúo se hace más difícil ese contacto que si he percibido en los últimos cinco días en que he rodado en solitario.
Viajar es para conocer e interrelacionarse. Conocer una cultura rascando en la superficie. Adentrando en las familias, observando sus costumbres cuando uno es alojado en una casa y se forma parte de una familia aunque sea por un día.
Difícil, por no decir imposible cuando la persona que rueda a tu lado carece de la experiencia del viajar, de la empatía. No hablare de como uno u otro viaja. Cada viajero sigue su viaje. Los dos ruedan por el mismo lugar, a la misma hora, el mismo día, pero los dos perciben cosas diferentes.
En este caso mi compañero de peregrinación era cuasi alumno. Inexperiencia en viaje y sobretodo en bicicleta. Avisado estaba por otros compañeros que hubieran declinado su compañía, pero yo accedí. Lo mejor de compartir estos días con otro ciclista son las enseñanzas que me llevo para el futuro. El equipo a llevar y la compañía a tener. Todo es importante en un viaje donde tu compañero es tu muleta, tu tabla de salvación o tu flotador. Cosa aprendida, revisar bien todo antes de la partida.
En 2016, al igual que hace ocho años llegue a Japón en barco, curiosamente ha sido el único país que he repetido como destino y las dos veces en barco.
En esta ocasión de Shanghai a Osaka, ida y vuelta. Fácil. Desde mi casa al muelle no hay más de cinco kilómetros.
La ruta ha tenido varias estaciones.
La primera llegar a Wakkanai. El punto más al norte del país, desde donde se ve Rusia. En la isla de Hokkaido cuya capital en Sapporo.
La segunda, Tokyo. El area metropolitana más grande de Asia.
La tercera y última, Nara, la primera capital nipona. Ciudad fundada en el año 710 d.C.
Desde el primer momento mucho tráfico. En Japón hay 336 habitantes por kilómetro cuadrado. Y cada uno de ellos tiene un vehículo. En las casas que suelen tener no más de dos hijos hay varios vehículos aparcados. Dos tres, y alguna moto.
El carril bicicleta es la acera, con lo que el peligro aumenta sobre manera cuando los vehículos salen al borde para incorporarse al tráfico. Eso y que entre la acera y la calzada existe un pequeño bordillo de unos cuatro centímetros hacen que rodar sea costoso a nivel de la bicicleta con tanto pequeño impacto y sobre todo el culo del viajero. Solución, rodar por una calzada atestada de trafico sin arcén. Conducen con el sistema inglés por la izquierda. Es un poco lioso al principio, sobretodo en las glorietas.
En algún caso al girar en una calle a la izquierda sin pensar e incorporarse al lado derecho deviene en un pequeño susto encontrar un coche de frente.
Tan solo me he caído dos veces viajando en bicicleta y casi repito caída en Japón. Hay mucha vegetación, en algunos casos invade la acera que a su vez es el carril bicicleta. Rodando por uno de estas, en bajada, me golpeé en la cara con una rama, me descoloque, me vi contra un pivote y por esquivarlo caí a la calzada. Tras el bote, al bajar el bordillo y el susto, la alegria de haber caído a la calzada en el momento que no venía ningún vehículo.
Entre tanto tráfico he tenido dos sustos, un coche que en calzada de dos carriles me adelanta invadiendo el otro carril, ve un camión y vuelve a mi carril dando un volantazo y una furgoneta que en el último suspiro gira delante de mi para entrar en una gasolinera. Por suerte mi Angel de la guarda estaba atento en ambas ocasiones.
De Osaka hacia el lago Biwa, el lago más grande Japón. La parte sur con algas y una mayor población pero el norte el agua cristalina invita continuamente al baño.
Desde allí a la costa, a la playa. Bordeando en la mayoría de los casos el litoral buscando rutas de menor tránsito.
La costa norte atestada de coches. Hokkaido atestado de motos. Más de 50 conté aparcadas mientras hacia la foto en el monolito que esta situado en el norte del país.
Acampado en el puerto, el camping mas al norte que se puede hacer en Japón se sufrió noche el viento y dos juguetones zorros me despertaron en dos ocasiones.
Rodar en Hokkaido es rodar en paz alejando la bicicleta de la ruta de camiones. Entre granjas, de evidente colonización soviética. Construcciones y techos de colores como pude observar en Mongolia.
De vuelta la isla central, vuelta al tráfico, cuya entrada a Tokyo en un tormento. Es como rodar dando vueltas en la feria del automóvil. Concesionarios y concesionarios durante kilómetros y kilómetros.
En Tokyo tuve mi primera toma de datos por parte de la policía. Un semáforo en ambar, una moto frena y yo que voy viendo el paisaje me doy contra ella. A dos kilómetros por hora y con la suerte de tener el encontronazo justo delante de un puesto de policía. Goma contra goma, nada, pero la burocracia del país me toma los datos.
Tokyo y su gente, abarrotado. Después de vivir siete años en Pekín y mas de uno en Shanghai no causa fascinación ver rascacielos.
¨Urban camping¨ en Yoyoji Park. Lo mejor de Japón sin duda. Se puede acampar en cualquier lado y siempre hay una fuente donde cultivar el aseo personal. Además y para más suerte del viajero es agua es potable en todo el país y eso será algo que alguien no aprecia sino es viniendo de China. Se abre el grifo y se bebe. Así de fácil.
Tras Tokyo al Monte Fuji. Un día nublado que obligo a alargar la estancia y esperar a que hiciera aparición el volcán de 3763 m.
Sin duda la espera valió la pena…
Desde el Monte Fuji, desde el lago Yamanakako a Nara. Nara es igual que cualquier otra ciudad y el centro de Nara es igualito que el centro de Nara.
Para llegar a esta ciudad , seguía la ruta 25. En algún cruze me despiste y acabe en la autovía. En ese momento aparece la policía, me dice que esta prohibido rodar en bicicleta y me toma los datos. ¨Date prisa¨ le dije al policía ¨que esta lloviendo!¨. Después salió el sol y en el primer río me bañe. Un placer.
Nara Park atestado de ciervos. En aquel lugar no solo venden comida para humanos, también para ciervos y los humanos lo compran para darselo. Yo me preguntaba, si estamos en un parque lleno de hierba, porqué los ciervos se comen las galletas que les dan los humanos. Por el pelaje que ofrecen los animales, parece ser que la obesidad no solo es un problema humano en la actualidad.
Ese es un gran problema de concienciación. El planeta y sus recursos no son infinitos y todos y cada uno de nosotros somos responsables de la huella ecológica que dejamos tras nosotros como herencia para las futuras generaciones. En Japón, el modus operandi diario, habitual, es el siguiente:
– se aparca uno lo más cerca posible de la puerta del ¨convenience store¨, se deja el coche en marcha, se compra comida artificial enplásticada, con un vaso de café en vaso de plástico con pajita (una aberración para quienes somos degustadores oficiales y empedernidos de café), se lleva todo en una bolsa de plástico al coche donde con el motor en marcha y mirando la pantalla del móvil se toma todo, se sale del coche para depositar todo los plásticos, eso si, en sus debidos contenedores de reciclaje , se monta en el coche y se marcha. Una vez tras otra.-
Si Japón exporta ese estilo de vida yanky, serían necesarios más de siete planetas para soportar el desgaste continuo.
Para mi ha sido mi primer viaje sin consumir para la alimentación productos de origen animal. En China es harto fácil pero en Japón una sandía alcanza el precio de 20 dólares, los plátanos, los tomates y los pepinos solo son aptos para bolsillos pudientes. Al menos el agua es gratis.
Me quedo del viaje con el lago Wiba, el lago más grande Japón al noreste de Kyoto, el Parque Nacional de Shikotsu. Quizás la mejor acampada del viaje, sin farolas, sin personas, con estrellas…
y las playas!
Japón en toda su geografía es un continuo sube y baja donde establecer un ritmo de pedaleo constante es difícil de alcanzar. Repechos de 500 metros y descensos de 500 metros se repiten sin descanso.
Como colofón al viaje, una ascensión y un regalazo. Parecía que iba a ser una jornada de relax, de descanso entre Nara y Osaka. En esta ciudad, donde pasaría el último día con Isabel, amiga de Shanghai que ahora vive en Kyoto. Cuando la carretera 308 se empieza a empinar sobre manera y en cinco kilómetros me sube a 642 metros. Con desniveles superiores al 20%, donde pedalear es imposible y empujar la bicicleta es descansar con el freno apretado o con la bicicleta perpendicular a la carretera.
El regalazo me lo dio la señora que habita en la última casa, como entraría en el jardín en busca de agua que mientras secaba la manguera ella preparo en el jardín una jarra de agua con hielo, un aquarius congelado y una bolsa de tomates.
Aquí dejo el video: